GÁMEZ MARTÍN, FRANCISCO JAVIER
Nacido hace 55 años en Granada, dentro del seno de una familia numerosa, hijo de un guardia civil que llegó a capitán y de una costurera que lo dejó todo para seguir a su amor y cuidar de sus cinco retoños, quise seguir la vocación de mi padre y, con 17 años ingresé en la Guardia Civil en el Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada de Valdemoro.
Dentro del Cuerpo llegué a la categoría de teniente y desde ahí accedí a la policía autonómica catalana como inspector. Fui opositando y ascendiendo hasta llegar a Comisario General jefe de la Comisaría General de Recursos Operativos, al mismo tiempo que cursaba estudios para poder ejercer como abogado, ya que el Derecho, junto a mi profesión han sido siempre mis grandes pasiones.
Cuando más me sonreía la vida tras todo el esfuerzo dedicado a lo largo de ésta, un funesto martes y 13 de noviembre de 2018, me sorprendió el diagnóstico de ELA con 48 años y tres hijos truncando, de repente, todos mis sueños personales y mi carrera profesional, quedando a expensas de los designios de una atroz enfermedad que me iría paralizando hasta dejarme totalmente inmóvil y que me privaría de mi capacidad de respirar hasta conseguir matarme algún día no muy lejano. Afortunadamente, dejaría intacta la mejor parte de mi genética, “mi mente”, donde reside mi capacidad para pensar, soñar, viajar a donde quiera sin moverme de la cama y vivir mi vida con humor, siendo ésta mi pequeña o gran victoria sobre la afección.
Lo que vino después, mi relación y mi lucha contra esa enfermedad y las vivencias personales que experimenté en el curso de la misma, porque hay vida después de una noticia así, es lo que relato, con mayor o menor acierto en mi Cuaderno de Bitácora, en el que sin querer que el lector se acerque demasiado, sí que he pretendido que pueda ser capaz de comprender lo que va sucediendo en un cuerpo con ELA y lo que siente su pasajero.
Ésta es la historia de los estragos y horrores que provoca la enfermedad sobre una persona sana, de las consecuentes pérdidas y renuncias ante una “doña ELA” que le va arrebatando facultades, como quien cegado por la gula llena su plato sin mesura alguna en un bufé libre, y la va encerrando poco a poco en su otrora ufano y ahora marchito, casi decrépito cuerpo.
No obstante, y por encima de todo, he tratado también de transmitir mi profundo amor por la vida y que aún en tan adversas condiciones, es posible ser feliz, por lo que a lo largo de la obra y, de la mano del lector, lloraremos y sufriremos mucho, muchísimo, pero también reiremos y, lo que es mucho más grande, nos enamoraremos, amaremos y seremos amados.
Es muy posible que cuando los lectores lean esta obra, dentro de unos meses o unos años, mi vida ya haya sido segada por esa asesina en serie, infatigable e implacable por demás que es la ELA, pero aún así, mi historia no será nunca la de una derrota, sino la de la victoria del amor y de la felicidad, por encima del yugo y la tiranía que aquélla me quiso imponer.
En definitiva, si alguien me pidiese hoy, finalizada la obra, que la resumiese en cuatro palabras, no dudaría en decir que es una "oda a la vida".