Una Iglesia que solo es capaz de verse a sí misma como santa no tiene capacidad para confesar su culpa y su pecado. Este es el punto de partida y la convicción que anima estas páginas; su meta es ayudar a poner los medios para evitar la ocultación y el silenciamiento de sus faltas. Desde el inicio del tercer milenio, la Iglesia ha perdido credibilidad por no reconocer sus culpas. La única manera de revertir esta tendencia consiste, si pretende ser fiel al evangelio, en arrepentirse de sus pecados, confesarlos y convertirse. Ante ella se abre un largo camino de penitencia y renovación. Esta crisis representa una oportunidad para dejar que Dios actúe en la Iglesia con su gracia y su misericordia. Solo así ella podrá testimoniar de forma creíble la santidad que la habita y acoger sin miedo su condición pecadora.