Pensar en paz no es fácil. Ya sea por falta de hábito o por falta de aplicación en la tarea, el propio pensamiento suele obrar por su cuenta y relacionarse con las necesidades conocidas de la vida, con el instinto de resolver presentes y planificar futuros. Pensamos todo el tiempo, sin tregua. Pero, ¿qué hay de esa otra utilidad del pensamiento que nos orienta hacia la comprensión y aceptación del mundo y de nosotras mismas? ¿Qué hay de la reflexión porque nos da la gana y disfrutando? ¿Qué hay del buen pensar? Pensar en paz, sin imponer a la mente objetivos, metas y tendencias es un ejercicio que requiere habilidad y un manejo delicado de las palabras que se entrelazan como una labor de encaje antiguo hecha sin prisa. De eso va esta obra: de una forma lúcida y fluida de tejer el pensamiento. Va de reflexionar sobre lo cotidiano, sobre la trascendencia y lo efímero, sobre la alternancia que rige los acontecimientos grandes y pequeños, las derrotas y las victorias, los éxitos y los fracasos; sobre la lengua y los gestos; sobre la vejez y la muerte, sobre la vida.