Llamo «enigma» a la cuestión pendiente, la que abre cada vez y en cada caso otra cuestión, o se abre a ella. Para el enigma, la pregunta es siempre una-y-otra, no solo la que se considera sino también la que no, la que queda a la espera sin hacerse notar y la que se olvida. La pregunta llamada «enigma» no halla asilo ni patria en respuesta alguna, en alguna definición; no tiene tierra ni cielo ni infierno ni historia, ni habita en ellos, más bien dispone y cuida su desalojo. Por ancha que se quiera, la reguera se desborda con que llueva un poco y arrastra con ella fluidos y légamos que no son lo que se oye, se entiende o se lee. Este ensayo reconoce, de entrada, que ha escrito filosofía como si fuera novela sin serlo, o al revés; se sabe juego de letras, literatura, enigma que se aviene a ser lo que parece: otra cosa cada vez. Al escribir (se) describe, y no toma las ficciones de la razón, del corazón o del laboratorio como emplazamientos bien defendidos donde habitan ya, y se ejecutan, el saber-y-la-verdad. Escribir es otra manera de leer y, en el viaje, de dejar(se) leer, otra inevitable manera de oculta