Solo sé que sé poquito.
La filosofía constituye un formidable esfuerzo humano por arrojar inteligibilidad y sentido sobre el mundo (o, cuando proceda, identificar su sinsentido). Un esfuerzo que, en cuanto tal, merece ser adecuadamente pensado. Lo que implica, entre otras cosas, no permitir que figuras más o menos habituales en el lenguaje ordinario perturben de manera subrepticia nuestros planteamientos, introduciendo sin crítica supuestos dudosos. Tal ocurre cuando, por poner solo un ejemplo, entendemos el desarrollo del conocimiento en términos acumulativos o de progreso, dejándonos influir tácitamente por la metáfora de la tierra conquistada.
El libro que tiene el lector en sus manos va, en gran medida, de esto. O, como diría el gran Emilio Lledó, cuya cita pórtico proyecta la luz de su belleza y de su inteligencia sobre todo el texto, de deshacer la mayor parte de esos grumos mentales que nos impiden pensar lo real adecuadamente. O tal vez incluso pensarlo, sin más. Basta con mirar el índice para constatar la voluntad que anima al autor de desmontar buena parte de los tópicos sobre los que, distraídamente, acostumbramos a funcionar. Luis Alfonso Iglesias, todo hay que decirlo, juega al respecto con una patente ventaja, que no es otra que su notable dominio de la palabra, derivada sin duda de su condición de poeta, que sabiamente compagina con la de filósofo.
Manuel Cruz, extracto del prólogo
