Abrir un libro es casi siempre una forma de empezar escapando; en literatura -como en la vida- huir del desarraigo es instalarse en diferentes patrias por las que el tiempo nos va llevando. En estas historias que el lector tiene entre manos hay al menos dos lugares amigables compartidos, esas dos formas de nación que son la infancia y la palabra, gracias a las que podemos de decir al griego y bañarnos muchas veces en el mismo río. Mi amistad de toda la vida, que casualmente empezó hace unos años, con el autor de este libro me dejará ser guía que les franqueará el paso a una galería de personajes, a un álbum de amistades y lugares por donde le han ido dejando estirar las ruedas. Asuntos recogidos con rigor y cariño para rescatarlos de esa forma de olvido que es acomodarse con excesivo celo a los nuevos tiempos. Adelantaré que al cerrar este libro queda una sonrisa en común, la sensación de haber vivido mas de cincuenta años sin saberse envejecido, la convicción de que volver para retomar lo bueno nos aventura mejor porvenir. No se nace sin tasa en la calle Feria, en Sevilla, en ocasiones como ésta el azar se