Esta es una historia de sanación, un viaje de liberación, no un camino, sino un viaje. Un viaje, nada más y nada menos, que al fondo de tu corazón. ¿Temerario quizá? ¡Quizá sí! Para realizar este viaje debemos llegar a ese rinconcito del corazón en el que sólo hay espacio para Dios y para ti.
Se trata de un viaje con cierto riesgo. Te recomiendo que lo hagas acompañado. Vamos a necesitar a alguien a quien confiemos nuestra intimidad: tu confesor, esa persona de confianza, un buen amigo... Pero, sobre todo, a Él, necesitamos contar con Dios. A Él es a quien debemos hacerle todas las preguntas y dejar que sea Él quien las responda. Lo más importante es que dialogues con Él, hasta palpar su misericordia. ¡Oh, cuando palpes su misericordia!
Déjate mirar por Él, y sentirás su amor misericordioso. Déjate consolar por Él.
Sean las que sean tus heridas, Él se encarnó por ti y por mí. ¿Te parece poco? Piénsalo porque es para perder la cabeza. Porque Él, y así lo recordó en varias ocasiones, no ha venido a salvar a los justos, sino a los pecadores, a los enfermos. Y llénate de paz.
Él ya conoce el final del viaje. Ahora te toca dejarle hacer.