Un verso de Emily Dickinson, No estoy acostumbrada a la esperanza, sirve a la autora de título a su primer libro de relatos. Unos relatos que quizá solo tienen en común recoger las voces de mujeres que no están acostumbradas a la esperanza. Unos más pegados a la realidad, otros con algún elemento de difícil explicación, algunos teñidos de tristeza, otros de perplejidad ante el mundo. Mujeres que hablan sobre sus pasiones, sus frustraciones, sus temores, sus vidas pero también sobre lo que imaginan, ven y escuchan a su alrededor.