El arte involuntario es un arte poco estimado, pues no es premeditado, flota en la superficie de las cosas. No tiene peso, pues la sociedad no se lo da. Es un arte sin estatus, sin discurso, tan carente de mensaje que uno puede leerlo, finalmente, por lo que representa ùuna figura del azarù sin estar obligado a llevarlo más allá de sus propios límites. Es un arte desvalido, privado de acciones y misiones oportunas; se zafa de la política, se muestra con prisa y desaparece de inmediato. Privado de consistencia útil, nadie puede sacar partido de él porque no pertenece a nadie. Es un estado de ser fugaz y sutil. A veces una luz. la ardua tarea de reconstruir el sentido sagrado del mundo. No se trata, sin embargo, de una escritura dif¡cil. El sentido sagrado del mundo -como nos lo han enseñado H"lderlin, Trakl o Rilke, con quienes entabla un diálogo a lo largo de estos libros- está latente, oculto, en lo más sencillo: en un niño, en una barca, en la nieve, en un animal, en un sendero a través del bosque o en la memoria. Y quizá sea ese el punto clave de